1 feb 2010

Zombieland

La segunda película rocker del año (la otra es la de Rob Zombie, ¿cuál más?). Debo decir que vi los primeros 30 o 40 minutos con una sonrisa dibujada en los labios. La violencia desenfadada con que Tallahasee (Woody Harrelson) parte cabezas de zombies, el ralenti en el cual los protagonistas rompen cosas en el negocio, la descarada pendeja de 12 años y alguna otra cosa son francamente liberadores. Pero más o menos en ese momento sucede el punto de inflexión de la peli. Los personajes se reúnen en la casa de Bill Murray y descubren que se quieren, o al menos que se necesitan, y desemboca en el tramo final.

A ver. El narrador es un flaco que le teme, o le tiene fobia a la gente. A la tercera semana de encierro total frente a la PC, es atacado por una zombie y emprende la huida en busca de los viejos que prácticamente ni conoce. En el camino, se encuentra con un animal (genial Harrelson), y un poco después con una minita estafadora a la que bautizan Wichita y su hermana de 12 años (Little Rock , que me recuerda a Cristina Ricci en los locos Adams).

Entonces tenemos a los zombies, productos de un extraño virus que no se sabe de dónde salió (una hamburguesa en mal estado dice por ahí Columbus), buscando comida por alguna parte, o sea humanos no- zombies. Los cuatro personajes, más Bill Murray (disfrazado de zombie) son los únicos no-zombies en toda la peli. ¿Y qué hacen? Pues tratan de sobrevivir. Tallahasee busca desesperadamente un Twinkie antes que desaparezcan para siempre, Wichita quiere llevar a su hermanita al parque de diversiones y Columbus, bueno, ¿tal vez una familia?

Zombieland abre con una secuencia en ralenti de zombies de todo tipo persiguiendo a próximos zombies (genial las pendejitas zombie queriendo comerse a la madre). Enseguida el narrador nos dice en off algo así como “este es mi barrio, parece destruido por los zombies pero no, ya era así desde siempre”. Un poco más tarde, le preguntará a Woody dónde está ese lugar sin zombies, a lo que le responderá que no hay tal cosa: “en el este te dicen que está en el oeste, en el oeste que está en el este”. Es decir, los zombies están por todas partes. No tenés que dejar que te muerdan, porque te convertís en uno de ellos, o te devoran.

Así que allí van los cuatro “raros” en esta road movie hacia ninguna parte, para descubrir que antes que convertirse en un zombie, es mejor estar juntos a pesar de las diferencias.

El director Ruben Fleischer la pilotea bien, con un Estados Unidos casi aniquilado y un ritmo narrativo contundente. Apenas con un par de flashbacks dibuja los personajes y fija la historia, para dedicarse a esa alegría en la destrucción sin la menor culpa. Y como en “una de zombies” la cita parece obligada, incluso en las escenas donde de produce el acercamiento entre los personajes parece decir “y acá es la parte donde se conocen y se empiezan a querer”. No por nada, la secuencia final transcurre en un parque de diversiones, como para no olvidar que esta película es sólo “una montaña rusa”, pero “hay que disfrutar las pequeñas cosas”, como dice Tallahasee. Como no podía ser de otro modo, la mayor parte de los temas que se escuchan son de trash, sin olvidar el Ghostbusters de Ray Parker, qué sino ¿para qué aparece Murray?…

Miré Zombieland en una sala de Lavalle que es una auténtica basura, pero después pensé que no podía ser de otro modo, después de todo, los mejores recitales de rock suelen suceder en sucuchos malolientes, y prefiero ver Zombieland ahí antes que convertirme en un zombie de shopping.

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