14 feb 2010

Javier Corcobado

Javier Corcobado es un prolífico poeta, cantante y compositor español. Esa sería la entrada de una enciclopedia de rock clásica. Para mí, Corcobado es un gallego loco que tiene una guitarra a la que llama Tormenta, escritor y cantante de puta madre.

Hay una línea que guía una extraña concepción del cantautor. Sucede durante los 90 especialmente. Según esta concepción se piensa al cantautor como una especie de “poeta que canta”, bastante diferente de lo que puede ser el cantautor de los 70. Entonces se construye una genealogía que parte de algunos “malditos” que a esa altura ya no tienen nada de malditos, se recupera otros como Leonard Cohen o Tim Buckley o Nick Drake y se llega más o menos hasta Nick Cave. Agregando como influencias otros como Syd Barret, Roxy Music o el “noise” de los 80. Perdón por esta apurada intro, pero de alguna manera hay que ubicar a Javier Corcobado. En principio sería una especie de representante español de la corriente rápidamente bosquejada. Bueno, una vez presentado vayamos a lo nuestro.

¿Cómo hablar de este gallego excesivo? Decir que es la versión española de cualquier corriente extranjera es una injusticia, porque Corcobado es principalmente español, hasta la médula. Meterse con su música y su poesía es meterse con un arte extremo, excesivo, exagerado. Si un poeta típico puede hablar de “corazón roto”, o “romper un corazón”, Corcobado titula una canción “Corazón roto en 2000 pedazos”. Las primeras bandas de Javier se llaman Mar otra vez y Demonios tus Ojos, poesía desde el nombre de la banda. La primera adepta al noise más extremo, la segunda le agrega blues lobotomizado.

Sin embargo, el primer disco solista, Agrio Beso, se inclina sorpresivamente a la canción. Una especie de “crooner” que se suicida una y otra vez. Canta en este disco “Puerta de Amor”, canción que hiciera famosa Nino Bravo, y suena dolorosa como nunca. Los títulos de Javier hablan por sí solos: “Cadalso de Amor y Odio”, “El Beso de la Muerte”, “Beso de Cianuro”. Luego la carrera de Javier, aunque con preponderancia de ese estilo de canción, no dejará de incluir centellazos de ruidismo crispado, rock electrocutado y aparecerá la influencia de Gainsbourg, que oh, casualidad, también brilla en muchos de los cantautores que siguen la huella de Cave/Cohen, a quienes también influenció (después hablaré del sucio gigante francés).

Corcobado es un tipo que puede llegar a cantar: puta/te quiero/aunque te acabes de reventar la cabeza/con la mágnum que te regalé/un catorce de febrero/qué celos/de esa pistola/cómo te amó/en el momento de darte muerte…sobre un bajo dark obsesivo y pizcas de Gainsbourg, y no sonar ridículo, sino loco, podrido…

Como no podía ser de otro modo, Corcobado terminó grabando dos EP de boleros llamados Boleros enfermos de amor volumen 1 y volumen 2. El espacio es poco, así que elegí uno de mis discos favoritos de Javi, tal vez porque es el primero que escuché: Tormenta de Tormento (1991), el primero con su banda Los Chatarreros de Sangre y Cielo.

“La Libertad (es la cárcel más grande de todas las cárceles)”: comienza como una especie de vals deforme apoyado en una guitarra acústica y va in crescendo hasta el estribillo donde la guitarra tira latigazos eléctricos, mientras Javier canta versos como negro y oro enamorados/ cuando el sol se empieza a ahorcar.

“La navaja automática de tu voz”: obra maestra. Una base de percusión obsesiva, rápida y machacante, apenas cortada por chispazos de vientos tan paranoicos como el resto, sobre la cual Corcobado desgrana una poesía oscura, obsesiva, paranoica y desesperante. Agrego la letra al final.

Después de ese tour de force, “Herida luna” y “Canción de amor de mar” son una especie de remanso, aunque en Corcobado esto es relativo. Si la primera tiene aires de vals destruido, en la segunda lo que se destruye es una canción china.

Sigue otro punto alto: “Donde no siembra el mal”, que comienza sobre una bella acústica bajo la sombra de Cave, sobre la que relata el ahorcamiento de un abusador con una poesía siniestra, adornada con toques de saxo. De repente, hacia la mitad la canción se convierte en un vals a la española, para terminar en un coro de gitanos borrachos. Con “Tormenta de Tormento” el tempo sube y la intensidad se mantendrá hasta el final, pasando por el ruido de “Malsoñando”, donde Corcobado te parte la cabeza a los gritos, porque cuando grita es insoportable. Y eso me gusta. Hasta cerrar con el extenso relato de un asesino de niñas. Corcobado no es fácil, ni para todos los días. Sus temas son la muerte, la injusticia, la violencia, el asesinato. Y su música es alternativamente bella, desgarradora, violenta, sórdida, a menudo en una misma canción. Y sus imágenes son fuertes: “hemorragia bonita/de tierna chiquita”, “seremos hermanos/de incesto divino”, “las cruces envidiosas/ardiendo del revés”, “funámbulos de navajas”…

Después de este disco se acercó cada vez más a la canción. Aquí es una Tormenta de Tormento.

2 feb 2010

Lo que queda de Enero

1- El ciclo Herzog. ¡¡¡Qué bajón ir a la Lugones en verano!!! los advenedizos agotan las entradas para los ciclos como si dieran Avatar. después descubren que se puede sacar entradas anticipadas, y sacan a cagarse aunque el dia de la función ni vayan y dejen afuera a gente que quiere ver las películas y no simplemente estar ahí. pero bueno. nunca fui un fan de Herzog, pero sus documentales son curiosos. parecen guíones de ficción inventados por él. es más, me pregunto en cuánto supera la ficción inevitable del documental. pero en conjunto cobran sentido en su obra global. bueno, nada, algunos son geniales y por momentos transmiten algo de la sublimidad tan mentada en su cine... 2-las cajitas de fósforos que venden ahí casi al lado del san martin, con fotitos miniatura de íconos de la cultura pop de buenos aires y otros lugares. yo me compré una de evita, algunas de fotos porno de la época victoriana, y algunas más. ahora quiero todas!!! 3-Excursiones. esa película genial de Ezequiel Acuña. así se filma y así se actúa, carajo!!! 4-Gaby Bex. siempre Gaby Bex...

1 feb 2010

Zombieland

La segunda película rocker del año (la otra es la de Rob Zombie, ¿cuál más?). Debo decir que vi los primeros 30 o 40 minutos con una sonrisa dibujada en los labios. La violencia desenfadada con que Tallahasee (Woody Harrelson) parte cabezas de zombies, el ralenti en el cual los protagonistas rompen cosas en el negocio, la descarada pendeja de 12 años y alguna otra cosa son francamente liberadores. Pero más o menos en ese momento sucede el punto de inflexión de la peli. Los personajes se reúnen en la casa de Bill Murray y descubren que se quieren, o al menos que se necesitan, y desemboca en el tramo final.

A ver. El narrador es un flaco que le teme, o le tiene fobia a la gente. A la tercera semana de encierro total frente a la PC, es atacado por una zombie y emprende la huida en busca de los viejos que prácticamente ni conoce. En el camino, se encuentra con un animal (genial Harrelson), y un poco después con una minita estafadora a la que bautizan Wichita y su hermana de 12 años (Little Rock , que me recuerda a Cristina Ricci en los locos Adams).

Entonces tenemos a los zombies, productos de un extraño virus que no se sabe de dónde salió (una hamburguesa en mal estado dice por ahí Columbus), buscando comida por alguna parte, o sea humanos no- zombies. Los cuatro personajes, más Bill Murray (disfrazado de zombie) son los únicos no-zombies en toda la peli. ¿Y qué hacen? Pues tratan de sobrevivir. Tallahasee busca desesperadamente un Twinkie antes que desaparezcan para siempre, Wichita quiere llevar a su hermanita al parque de diversiones y Columbus, bueno, ¿tal vez una familia?

Zombieland abre con una secuencia en ralenti de zombies de todo tipo persiguiendo a próximos zombies (genial las pendejitas zombie queriendo comerse a la madre). Enseguida el narrador nos dice en off algo así como “este es mi barrio, parece destruido por los zombies pero no, ya era así desde siempre”. Un poco más tarde, le preguntará a Woody dónde está ese lugar sin zombies, a lo que le responderá que no hay tal cosa: “en el este te dicen que está en el oeste, en el oeste que está en el este”. Es decir, los zombies están por todas partes. No tenés que dejar que te muerdan, porque te convertís en uno de ellos, o te devoran.

Así que allí van los cuatro “raros” en esta road movie hacia ninguna parte, para descubrir que antes que convertirse en un zombie, es mejor estar juntos a pesar de las diferencias.

El director Ruben Fleischer la pilotea bien, con un Estados Unidos casi aniquilado y un ritmo narrativo contundente. Apenas con un par de flashbacks dibuja los personajes y fija la historia, para dedicarse a esa alegría en la destrucción sin la menor culpa. Y como en “una de zombies” la cita parece obligada, incluso en las escenas donde de produce el acercamiento entre los personajes parece decir “y acá es la parte donde se conocen y se empiezan a querer”. No por nada, la secuencia final transcurre en un parque de diversiones, como para no olvidar que esta película es sólo “una montaña rusa”, pero “hay que disfrutar las pequeñas cosas”, como dice Tallahasee. Como no podía ser de otro modo, la mayor parte de los temas que se escuchan son de trash, sin olvidar el Ghostbusters de Ray Parker, qué sino ¿para qué aparece Murray?…

Miré Zombieland en una sala de Lavalle que es una auténtica basura, pero después pensé que no podía ser de otro modo, después de todo, los mejores recitales de rock suelen suceder en sucuchos malolientes, y prefiero ver Zombieland ahí antes que convertirme en un zombie de shopping.

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