29 ene 2010

Supernatural, la paranoia Winchester

Un joven abandona una de esas fiestas universitarias yanquis y se va a su chabola. En la penumbra de la entrada es atacado por alguien y se trenzan en una pelea casi coreográfica. Al toque se ríen y se revela que son hermanos y se apellidan Winchester. Esta escena calcada de las buddy-movies es la primera de la multitud de citas que habitan en Supernatural.

En ese primer capítulo nos enteramos rápidamente que son “cazadores”, o sea, unos tipos que cazan hombres lobo, brujas, vampiros y, en fin, todo tipo de cosas raras que están entre nosotros. El tema es que todos los cazadores comienzan su cruzada vengativa a causa de alguna macana provocada por uno de estos monstruos, en el caso de los Winchester, la muerte de la mamá a manos de un demonio de ojos amarillos llamado Azazel. Pero el padre ha desaparecido más tiempo de lo normal y Dean va en busca de su hermano menor Sam, para tratar de encontrarlo. Este es el tenue hilo argumental que guía los capítulos de la primera temporada. Con el tiempo, la cosa se irá complicando más, pero mucho más…

Supernatural es una serie posmoderna químicamente pura. Es también una serie cinéfila. Y rocker. Y tiene la genealogía de la TV en las venas.

De entrada, se la puede ubicar en la tradición de series clase B como la inolvidable Night Stalker o la olvidada Hardy Boys.

Los Winchester se meten en una especie de road movie por las rutas de Estados Unidos, salvando a la bella de la semana de todo tipo de criaturas. Generalmente son leyendas urbanas que siempre fueron verdaderas.

Con una estética que toma elementos del video clip, la iluminación azulada ochentosa-noventosa y la inteligente utilización del claroscuro que sugiere más de lo que muestra, lo hermanos se la ven con los rayes psicológicos de las víctimas y los suyos propios (varias veces son casi derrotados por los freaks de turno).

Pero acá empieza lo interesante. Supernatural padece una esquizofrenia galopante.

Los Winchester son las dos caras de la moneda. Dean, el hermano mayor, simplemente cumple las órdenes del padre, mientras que Sam, se marchó de su casa luego de constantes enfrentamientos con él. Durante su búsqueda, la relación de los hermanos se complejizará paulatinamente. Sin embargo, en la catarata de relaciones intertextuales que sostienen la serie, Supernatural cruza los límites constantemente, oscilando sin vacilar entre el drama y la comedia, el cine y la TV, el bien y el mal, ángeles y demonios…Uh, ¿qué dije? Me adelanté un toque. Sigamos.

Pues resulta que los Winchester están metidos sin saberlo en el epicentro mismo de una guerra de la que son piezas fundamentales. Nada menos que la guerra entre cielo e infierno. En la última temporada se los encuentra peleando nada menos que con Lucifer. Pero ojo, que los ángeles del cielo son también bastante hijos de puta y conviene cuidarse de ellos.

De qué modo y porqué causas sucede esto es lo que explica la serie a lo largo de las primeras tres temporadas.

La pregunta es porqué una serie que maneja una temática bastante conocida puede enganchar cual canto de sirena. Bueno, creo que la respuesta está en los detalles esquizoides que adornan la estupenda épica de los Winchester.

En primer lugar, el humor que tira todo al carajo cuando la cosa amenaza con ponerse demasiado sentimental. Como es sabido, ganarse la vida como cazador de lo sobrenatural no es fácil: no se puede hacer público los casos, bajo peligro de ir a parar al manicomio o la más terrenal cárcel, ambos lugares bien conocidos por los brothers. De manera que sus principales fuentes de ingresos son el juego y la falsificación de tarjetas de crédito. Y no sólo falsifican tarjetas de crédito sino también su identidad, de manera que es frecuente verlos presentarse a sí mismos como los agentes Page y Plant, Simmons y Stanley y un larguísimo etcétera de nombres de heavy rockers o personajes de series y películas. Y aquí, un elemento utilizado de manera genial por la serie: el pop. No sólo en los títulos de los capítulos: Folsom prison Blues, Phantom Traveller, Route 666, Houses of the Holy, The kids are alright y siguen las firmas, sino en las tramas. Genial el capítulo que abre con la historia de Robert Johnson vendiendo su alma al diablo en Crossroads Blues, una micropelícula incrustada. O la escena en que los hermanos entran en un pueblo aparentemente exterminado por demonios y encuentran cadáveres al ritmo de Spirit in the Sky en Good God Y’All, por no hablar de las veces que AC/DC oficia de banda sonora.

Cada temporada gira en torno a un eje central, alrededor del que giran los avatares de los personajes y se teje la mitología de la serie, plagada de métodos para espantar demonios, perros infernales, la famosa Colt (creada por Samuel Colt y que puede matar cualquier tipo de criatura sobrenatural) y el maléfico plan de Lucifer para tomar el mundo de una vez por todas.

Ahora, esta trama principal se ve interrumpida frecuentemente por los llamados “capítulos de transición”. Son capítulos de relleno que todas las series yanquis usan para alargar la trama principal hasta completar la temporada. Pero en el caso de Supernatural, muchos de estos capítulos tienen, sino lo mejor de la serie, al menos una faceta de lo más curiosa. Aquí aparece en su mejor forma el malvado humor de la serie, que no vacila en cagarse de risa de sí misma, de la tele, y porqué no, también homenajear a quien lo merezca. Así, aparece un capítulo llamado Monster Movie, filmado íntegramente en blanco y negro, con la estética de las películas clase B de los 30, o Ghostfacers, un dardo envenenado a los realities y también a la bruja Blair y la Internet, en que se produce el encuentro de los Winchester con un grupo de nerds (gay incluido) que se dedican a cazar fantasmas. De más está decir que los Win tienen que salvarles el culo.

Pero el punto máximo de la autoburla aparece en Changing Chanels, donde un arcángel muy pero muy hijo de puta y jodón los encierra en un imaginario canal de tv obligados a parodiarse a sí mismos y en The real ghostbusters, en la cual asisten a una convención sobre…¡supernatural!, repleta de nerds.

Es así que la serie oscila constantemente entre la comedia y la oscura trama principal, que posee un tinte melancólico y pesimista (los buenos terminan desencadenando el Apocalipsis), para nada desdeñable.

En este escenario construido con estética posmoderna y adrenalina rocker, los Winchester Brothers desgranan su incorreción porque, después de todo ellos también son freaks. ¿Cómo llamar sino a un par de flacos que se la pasan buscando olor a azufre, luces que se apagan, leyendo diarios sensacionalistas de cuarta y que cuando eran niños mientras el resto de los pendejos tomaba la leche y miraba dibujitos, ellos aprendían a disparar armas y pelear contra criaturas exóticas? Y lo de freaks no es tan metafórico si se presta atención al problema que arrastra Sam en su interior y que está tan relacionado con los demonios, que hasta se garcha a una demonia y se hace adicto a la sangre de demonio. Sin mencionar que Dean se la pasa con putas mientras come hamburguesas con “cebolla extra” y se pone en pedo. No se puede dejar de mencionar el capítulo donde una sirena, para enamorar y llevar a cada uno de los hermanos hacia la perdición, toma la forma…de un tipo. Es decir, ¡homosexualidad e incesto! Si esto no es transgredir, ¿la transgresión dónde está?

Se podría desgranar cada capítulo para deleitarse con el hallazgo de incontables citas, contraseñas que actúan como el imaginario de aquellos fans de la emoción enlatada de la TV, que no podemos evitar el pensar que estamos hablando con viejos amigos mientras esperamos que los Winchester demuestren una vez más que las cosas no son lo que parecen, que la mentira es la verdad más veces de lo conveniente y que mejor no divulgar cosas raras, que si los monstruos al menos son honestos, el buen ciudadano te puede mandar al infierno.

¡Brindo por la paranoia Winchester!

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